Alejandro Deane no necesita presentación entre las comunidades Wichís del chaco salteño. Hace 40 años que trabaja con y para ellas, desarrollando herramientas para que los miembros de estas comunidades puedan progresar de forma independiente; que puedan ser, sin depender de ningún asistencialismo.
Alec, como le dicen, nació hace 63 años en Capital Federal. Se crió primero en Ameghino y después en Chacabuco, una zona maicera de la provincia de Buenos Aires. Fue al colegio San Jorge, un internado inglés en Quilmes, y quizás por ese pibotear de acá para allá, cuando se recibió de Ingeniero Agrónomo miró hacia el norte.
La perspectiva familiar (su papá también es Ingeniero Agrónomo) era que él también se convierta en estanciero, pero algo se encendió dentro suyo y sus pasos lo trajeron a Salta, donde conoció a las comunidades Wichís. Alec entendió que tenía una misión para con ellos y puso manos a la obra.
Desde entonces se dedicó a generar espacios de trabajo para dignificar a estas familias olvidadas. Primero con la producción de artesanías con marca originaria y después promoviendo la agricultura sostenible. “Hoy tenemos una Fundación que se llama SIWOK y a través de ella generamos proyectos que luego son apoyados. Se promueve la agricultura familiar mediante sistemas de uso eficiente del agua (riego por goteo, much,etc) y buena semilla que, junto a la voluntad del beneficiario, dan una cosecha abundante para complementar otras opciones en la canasta de supervivencia”.
Alejandro no duda cuando le preguntamos qué es lo mejor de su trabajo: “Que la gente pueda generar sus ingresos. Que sea independiente, que no dependa de subsidios. Eso día a día me entusiasma y moviliza. Me impulsa ver la vergonzosa situación de los pueblos originarios en salud, en educación, en acceso al trabajo, en expectativa de vida… la iniquidad es terrible”, sentencia.
A pesar de que la empresa a veces se torna difícil, Alec no está solo. Su familia, la basal y la extendida, lo apoyan fuerte. También sus amigos, sus compañeros de la facultad y de la vida, algunas instituciones y empresas. “AJU es la número 1; siempre me ha ayudado y lo siguen haciendo. Aquí en el Norte es la única empresa que apuesta siempre a darnos una mano, lo cual estoy muy agradecido”.
Alejandro está casado (por segunda vez) y tiene seis hijos. Santiago, Pedro, Cecilia y Julieta de su primer matrimonio y Lucas y Manuel “de la segunda cosecha” dice, y exclama riendo: “los más chiquitos piensan que soy el abuelo!”.
Todos ellos vieron siempre a su papá esforzándose cada día por cambiar ese pedacito del mundo acá en Salta. También apoyando las ausencias y aguantando la presión que significa trabajar para el otro, renunciando a las comodidades que podría tener si sólo se preocupara por él y su familia. Pero ese inagotable esfuerzo vale la pena cuando ve que una familia Wichí deja la vulnerabilidad y pasa al progreso.
Por eso Alec sueña hacia adelante con participar en la mesa en donde se toman decisiones gubernamentales sobre los pueblos originarios. Tiene 40 años de autoridad moral para poder ayudar a amplificar la escala en base a las experiencias acumuladas. En definitiva, Alejandro es un puente entre la sociedad envolvente y los grupos originarios. Un puente que intenta abrir puertas de oportunidades.