La demanda de alimentos crece, el cambio climático se pone en el centro de la agenda global y la necesidad de reducir el impacto ambiental de la producción agropecuaria abre interrogantes y desafíos. Estas tres realidades se relacionan con una cuarta: los productos biológicos para la agricultura toman cada vez más protagonismo. Para nosotros son “biosoluciones”, la industria los denomina bioinsumos, pero lo cierto es que son productos de origen natural que, según su uso, se clasifican en bioestimulantes, biofertilizantes y biocontroladores.
En la Argentina transitan una etapa de adopción inicial pero están en franco crecimiento. Dejando de lado el mercado de inoculantes en soja, un segmento que ya es muy conocido por los productores, cada vez son más los que comienzan a experimentar los beneficios que este tipo de productos aportan al rendimiento, la calidad y/o estabilidad de la producción.
¿Qué aporta cada biosolución? Los bioestimulantes actúan sobre la mitigación del estrés que sufre un cultivo, promoviendo el desarrollo de raíces, las partes vegetativas o los frutos. En esta categoría se incluyen, además, los mejoradores de suelo. Los biocontroladores, por su parte, son sustancias naturales que controlan plagas y enfermedades, también macro-organismos como, por ejemplo, los insectos benéficos. Y los biofertilizantes apuntan a mejorar o potenciar la nutrición de un cultivo y entre ellos se encuadran los inoculantes para soja.
El mercado
Según estadísticas de DunhamTrimmer LLC, la principal empresa de investigación de biológicos a nivel mundial, el mercado global de biocontrol y bioestimulantes se estima en un valor de más de US$8000 millones para 2021. La Unión Europea y Estados Unidos lideran la adopción, seguidos por Asia-Pacífico y, en cuarto lugar, Latinoamérica.
El reporte estima que el mercado de biocontrol está creciendo globalmente a una tasa del 17% y el de bioestimulantes lo hace entre el 10% y el 15% anual. Y aunque Latinoamérica es el mercado de menor aplicación, es el que crece a tasas más aceleradas.
Detrás de este crecimiento está el cambio climático. Las condiciones ambientales extremas a las que están siendo sometidos los cultivos hacen necesaria la inclusión de herramientas que ayuden a mitigar el estrés. Allí los bioestimulantes son de gran valor. También es importante la tendencia a bajar el impacto ambiental de la producción agropecuaria que impulsa la inclusión de herramientas de biocontrol para combatir plagas y enfermedades.
En la Argentina comienza a darse un cambio cultural vinculado a la incorporación de biosoluciones a la agricultura extensiva. La ganancia está en maximizar el uso de recursos como el agua, la luz, el ambiente edáfico, el potencial genético de los materiales, entre otros.
Uno de los casos de éxito en agricultura extensiva tiene como protagonista al maní, al que las soluciones biológicas le vienen permitiendo atender el rápido y uniforme establecimiento del cultivo con diferentes tecnologías de actividad bioestimulante desde hace algunos años.
También se suman historias de mejoras de suelos salinos gracias a las biosoluciones. Recientemente, la aplicación de un mejorador de suelo al momento de la siembra hizo que un productor cordobés logre establecer y cosechar soja en un lote salinizado después de una inundación. A la par, junto a la Red Agropecuaria de Vigilancia Tecnológica (RAVIT) empezamos a trabajar en el norte de Córdoba para detectar y cuantificar el impacto del estrés sub clínico (el que no se ve) en el rendimiento de maíz con resultados sorprendentes gracias la aplicación de un bioestimulante para la mitigación de ese estrés.
Esta última línea de investigación y experimentación abre un panorama nuevo, muy auspicioso y que permite desmitificar la viabilidad económica y agronómica de las soluciones biológicas en los principales cultivos agrícolas.
Fuente: La Nación Campo
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