Muchos, muchos años antes de que los primeros Homo Sapiens comenzaran a explorarlo, los microorganismos ya habían conquistado todos los rincones del planeta. Y millones de años después, en aquellos lugares donde aún no ha llegado la expansión de la humanidad, siguen siendo los únicos habitantes.
El hombre supo utilizar los microorganismos a su favor mucho antes de saber de su existencia. Con su ayuda, los antiguos egipcios descubrieron el pan y los primeros habitantes de Mesopotamia conocieron la cerveza. Unos años más tarde, un fraile benedictino descubrió el método “champenoise”, también gracias a la colaboración de nuestros amigos.
Tuvimos que esperar a que Anton van Leeuwenhoek inventara el microscopio en 1676 para conocerlos y fue recién a finales del siglo XIX, gracias a las investigaciones de Ferdinand Cohn, Louis Pasteur y Robert Koch, que empezamos a entender a nuestros amigos invisibles.
A pesar de que los primeros agricultores comprobaron que incorporando leguminosas en sus rotaciones conseguían mejorar la fertilidad del suelo, el uso de microorganismos en la agricultura moderna es muy limitado: apenas el 5% de las herramientas utilizadas por los productores agrícolas tienen ese origen.
Esta situación está cambiando rápidamente: un estudio reciente de la empresa de investigación de mercado Dunhamm Trimmer informa que la tasa de crecimiento de los productos biológicos alcanza el 13% (frente a un crecimiento prácticamente nulo de los agroquímicos) y estima que el mercado de productos biológicos alcanzará los US$13 mil millones para 2030.
Aunque América del Norte sigue siendo la principal región con esta tendencia, América Latina está ganando territorio rápidamente, empujada principalmente por Brasil, que se ha convertido en el primer país del mundo en utilizar biológicos en cultivos extensivos a gran escala.
La revolución digital en la agricultura tiene una gran responsabilidad en este crecimiento; ahora veremos por qué.
La tecnología digital ha permitido mejorar significativamente la velocidad y la precisión del análisis de ADN, al tiempo que ayuda a reducir los costos de manera exponencial. Gracias a esto, las bases de datos de microorganismos identificados por las distintas empresas de investigación y desarrollo crecen cada día (existen empresas que aseguran tener una base de datos con más de setenta mil subespecies de microbios).
El período de desarrollo comercial de un producto biológico se ha reducido, en promedio, a tres años (mientras que el tiempo de desarrollo de una molécula química nunca es inferior a diez años).
En segundo lugar, la tecnología digital está ayudando a aumentar la confianza de los agricultores en los productos orgánicos. Hasta hace poco, las metodologías para medir el rendimiento de un producto utilizaban medidas físicas —kilos, toneladas, etcétera— u observaciones visuales —estas últimas, muchas veces sujetas a la subjetividad del observador—. En cambio, la tecnología digital proporciona un arsenal de sensores capaces de leer, tanto desde un dispositivo manual como desde un satélite. Detecta pequeños cambios en la coloración de un cultivo con absoluta objetividad.
A partir del uso de estas imágenes, por ejemplo, cada día conocemos más sobre el beneficio de utilizar productos biológicos para mitigar situaciones de estrés en las plantas. Hasta que no tuvimos la herramienta para medirlo, no pudimos reconocer el efecto beneficioso de algunos microorganismos.
Otra tecnología digital que está ayudando a facilitar el uso y adopción de productos biológicos es la inteligencia artificial, que nos permite desarrollar algoritmos capaces de predecir resultados. Estos algoritmos están ayudando a anticipar cuándo, y en qué condiciones, un producto biológico va a ser más efectivo; y su resultado, más contundente. Gracias a la inteligencia artificial, los agrónomos podremos empezar a romper el karma de nuestro “depende”.
A todo ello hay que sumarle dos factores determinantes que acelerarán -aún más- el uso agrícola de los microorganismos.
El aumento explosivo de las soluciones de trazabilidad basadas en la tecnología blockchain permitirá que los consumidores puedan garantizar todo el proceso “de la granja a la mesa”. Cuando los consumidores tengan la posibilidad de asegurar su origen, ¿quién tiene alguna duda de que los productos producidos a partir de productos biológicos estarán entre los favoritos de los futuros consumidores?.
Finalmente, uno de los principales impulsores del crecimiento de los productos biológicos será la adopción masiva de prácticas de agricultura regenerativa. El enfoque en la reducción del impacto ambiental de la actividad agrícola es cada vez mayor. Teniendo en cuenta que los fertilizantes nitrogenados representan -aproximadamente- el 50% de la huella de carbono de la actividad agrícola, cada kilo de fertilizante nitrogenado sintético que podamos sustituir por alternativas biológicas nos acerca a una agricultura más sostenible.
Cada día descubrimos nuevos microbios capaces de sustituir el uso de fertilizantes sintéticos; entre todas estas oportunidades se destacan los microorganismos capaces de fijar N de la atmósfera en el cultivo del maíz, de forma similar a como lo hace la bacteria Rhizobium en la soja.
De la misma manera que los microbios nos ayudaron a alimentarnos en el pasado, estoy convencido de que nos estamos acercando al día en que tendremos que agradecer a los microbios por ayudarnos a salvar nuestro planeta.
Fuente: TN
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