La agroindustria es el sector más competitivo de la Argentina y todavía tiene mucho camino por recorrer en el agregado de valor y en el aporte de divisas para la economía nacional. Una de las formas de agregado de valor con mayor potencial se encuentra corriente arriba de la producción del campo y tiene que ver con la ciencia. Se trata de la biotecnología, un área en la que el país se destaca y en la que el agro pisa fuerte.
Según los datos publicados en la última Encuesta Nacional de Empresas de Biotecnología del Ministerio de Ciencia y Técnica, en el país se registran 139 empresas de biotecnología. Argentina está posicionada entre los 15 primeros países del mundo en número de empresas de biotecnología, con una cantidad de firmas similar a la existente en países cuyo producto por habitante supera considerablemente al argentino. Así lo indica un informe reciente del centro de estudios y diseño de políticas públicas Fundar, que destaca que la justificación de una política que promueva el desarrollo de empresas locales de biotecnología radica en el potencial que tiene el mercado de semillas biotecnológicas. “La promoción de esta actividad podría ayudar a diversificar la matriz exportadora, sumando volumen a las ventas externas de un producto intensivo en conocimiento”, aseguran.
Según el informe, un indicador del dinamismo del sector está dado por la cantidad de start-ups que se incorporaron en los últimos años a la Cámara Argentina de Biotecnología (CAB), la cual ya cuenta con 63 start-ups asociadas. Otra muestra del dinamismo reciente de la actividad es que la mayor parte de las empresas son jóvenes: la mitad fueron creadas a partir del año 2000, y un 16 % (22 empresas) nacieron después de 2015.
“Si bien este conjunto de empresas ubica a la Argentina en un lugar destacado a nivel internacional (posición 13°), el tamaño del sector biotecnológico sigue siendo pequeño en términos comparados. Los cuatro líderes mundiales en cuanto a cantidad de empresas biotecnológicas son Estados Unidos, que cuenta con un total de 2470 firmas, Francia con 2265, España con 1198, y Corea con 966”, destaca Fundar.
Luego explica que de las 139 empresas de biotecnología argentinas relevadas en la Encuesta nacional de empresas biotecnológicas, 34 se dedican al sector agropecuario: nueve de ellas se dedican a la producción de semillas, 11 a la provisión de servicios agropecuarios y 14 a otras actividades agropecuarias, lo que representa, en su conjunto, un 24,4 por ciento de la totalidad de firmas biotecnológicas La inversión en investigación y desarrollo en biotecnología orientada a actividades agropecuarias también mostró niveles relevantes según el relevamiento del centro de estudios, alcanzando en 2019 el 9 por ciento de la inversión total. “La producción de semillas y otras actividades agropecuarias registraron cada una 829.148 dólares de inversión privada en I+D y los servicios agropecuarios unos 580.404 dólares. Pese a que el país cuenta con una base importante de capacidades de I+D de las empresas de biotecnología producto de su temprano desarrollo en el país, los montos de I+D invertidos en biotecnología agrícola están lejos de los niveles globales”, remarcan.
Cultivo por cultivo
El informe realiza una detallada radiografía de la innovación biotecnológica en cultivos.Como desarrollo emblemático, desde Fundar mencionan el evento HB4, aplicado a soja y a trigo y desarrollado en conjunto por Indear y el Conicet. Más allá de esa tecnología, el 54.84% de los eventos transgénicos registrados en el país corresponde al maíz, seguido por la soja (25,81%), el algodón (11,29%), la papa (3,23%), la alfalfa, el cártamo, y el trigo, con una participación de 1,61% cada uno. Adicionalmente, entre los rasgos sobresale la tolerancia a herbicidas con un 29%, seguido por 15% de resistencia a insectos, y 3% de resistencia a virosis. El 50% restante corresponde a combinaciones de distintos tipos de características introducidas, comúnmente denominadas “eventos apilados”.
Respecto a la división de roles entre compañías globales y firmas locales, el informe destaca que a pesar de que los eventos transgénicos han sido desarrollados mayoritariamente por unas pocas empresas multinacionales, el país cuenta con una larga trayectoria de firmas locales que también han jugado un rol importante en el proceso de innovación en semillas. “En particular, han tenido un papel activo en el desarrollo de este insumo a partir del uso de otras técnicas biotecnológicas distintas a la transgénesis, como el mejoramiento convencional asistido por herramientas de la biotecnología moderna que incluyen, por ejemplo, a los marcadores moleculares, bioinformática y la mutagénesis”, destaca, y agrega: “Este es el aspecto en el que la división del trabajo en la producción de semillas queda claramente evidenciado: las firmas nacionales, junto con el trabajo de agricultores y de instituciones públicas como el INTA, se especializan en el desarrollo de mejoras en germoplasma que permiten dar respuesta a las necesidades locales y que no pueden ser satisfechas con tecnologías tan costosas como la transgénesis”.
La tasa de innovación creciente de las empresas nacionales, explican, puede medirse a partir de la cantidad de nuevas variedades vegetales inscriptas en el Registro Nacional de Cultivares (RNC), que incluye todos los cultivares que se identifican por primera vez, y habilita a que se los comercialice. Si se analiza el número de variedades de cultivares registradas para los principales cultivos en la Argentina entre 1996 y 2020 (soja, maíz, trigo y girasol), la participación de empresas domésticas fue del 53,3%32. En el ranking de las 20 empresas con mayores registros de cultivares, 9 de ellas son firmas nacionales. De hecho, la empresa que registró más variedades en Argentina es la empresa nacional Don Mario, con 293 solicitudes.
En lo que refiere a los cultivos, se puede observar una marcada tendencia de crecimiento en el registro de nuevas variedades para el maíz y para la soja, pero no así para el trigo y el girasol, especies cuyos registros tienden a permanecer constantes a lo largo del tiempo.
El balance ambiental
“Al incorporar al análisis la dimensión ambiental, el balance respecto a la introducción de la biotecnología en la producción agrícola deja de ser inequívocamente favorable. Entre los efectos positivos se destacan mejoras como la menor utilización de maquinaria —lo cual implica un ahorro de combustibles fósiles—, un mejor cuidado de los suelos y la posibilidad de disminuir el uso de agroquímicos que presentan un grado mayor de toxicidad. Entre los efectos adversos se hallan la pérdida de biodiversidad, la proliferación de malezas resistentes a herbicidas, la degradación de suelos, efectos nocivos sobre la salud humana y animal por mala aplicación de agroquímicos y una incipiente vulnerabilidad comercial de Argentina vinculada a tendencias globales sobre los modelos agroalimentarios”, concluyen desde Fundar.
Fuente: Clarín
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